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Georg Friedrich Haendel

(1685-1759)

Las 12 hazañas de Haendel

(Breve artículo para el Pro Música de Rosario)

 

El descollante músico Georg Friderich Haendel adoraba los títulos altisonantes (“Il Parnaso in Festa”, por ejemplo) e intuía el valor categórico de un nominativo logrado, combinando así Genio con Ingenio. Como veremos, éste es sólo uno de los rasgos de su asombrosa modernidad.

Por ello, como homenaje a su notable trayectoria, hemos llamado “las 12 hazañas” a estos apuntes.

 

Las 3 palabras claves tienen una fuerte asociación con nuestro compositor: “12” un número recurrente en la organización barroca (la música se editaba por docenas: p. ej. 12 Concerti Grossi, o su submúltiplo: 6 Conciertos Brandemburgueses). “Hazañas” es el vocablo que mejor retrata la fuerza ciclópea de Haendel, en su vida y en su obra. Finalmente el apodo “Jendel” es un guiño a su largo periplo de extranjero en Inglaterra y nos obliga, espero, individualmente a construir el Haendel de cada uno... Parafraseando un cliché de nuestros tiempos podríamos sugerir: “EVERYTHING personal!” Creemos que solamente a partir de una fuerte identificación subjetiva puede lograrse una interpretación potente.

 

1. Haendel es un nómade, a diferencia de Bach quien fue casi tan sedentario como Kant.

Se arriesga a emigrar y se convierte en el más importante músico inglés de todos los tiempos (“Nadie es profeta en su tierra”?); la otra cara de su soltura geográfica es su pujante amor por los idiomas, habiendo compuesto en varios de ellos (superado en esto sólo por Orlando di Lasso).  

 

2. Dicho rasgo coincide con un gran eclecticismo: colecciona Rembrandts, intercambia misivas sobre temas matemáticos, corrige primorosamente los textos de sus libretistas.

 

3. Tiene un coraje inusual: enfrenta dolencias graves y repetidas parálisis con determinación que desconcierta y asombra a sus médicos.  

 

4. Con idéntica obstinación supera numerosas quiebras financieras y colosales fracasos artísticos... Pareciera que se zambulle, frente a cada obstáculo, como si tomara por slogan las significativas palabras “Da Capo”.

 

5. Tamaña energía no se concentra únicamente en sus epopeyas personales: ofrece la recaudación de sus conciertos para músicos indigentes o deudores; incluso para enfermos (y por este mérito es nombrado Director Honorario del Foundling Hospital).

 

6. En la ejecución de sus óperas y oratorios propicia la inclusión de los solistas en el coro, para contrarrestar la tendencia al divismo que predominaba en su época (¿sólo entonces?)

 

7. Hace un uso muy inteligente del Plagio (figura no condenada en el XVIII, como lo muestra Bach, entre otros), mejorando siempre las melodías originales, enviándonos, creo, el mensaje subliminal “el arte es de todos”.

 

8. A su vez anticipa melodías que se convertirían en famosas en manos de Mozart (inicio de la Sinfonía 40) y Beethoven (inicio de su Quinta Sinfonía). Invitamos al lector primoroso a rastrear estos ejemplos en el oratorio Susanna (pistas: aparecen en pentagramas de la protagonista y del Primer Anciano).

 

9. Hablemos entonces de su modernidad, rasgo que comparte  principalmente con su amigo Telemann. Este (a quien podríamos llamar en chanza “el hombre de la tele”...) había creado el sistema del feullieton, editando su música... por entregas.

Nuestro héroe puede considerarse el pionero de los conciertos públicos, variante revolucionaria que libera la música de sus principales sponsors de otrora: corte e iglesia.

 

10. Un hombre de semejante enjundia no podría carecer de un notable sentido del humor. Incontables son las anécdotas que evidencian su ingenio; la más chispeante, a mi criterio, es la respuesta que da a uno de sus instrumentistas cuando éste ve que la sala está desierta: “... No importa..., así tendremos mejor acústica”!! J nos envía, incluso, un chiste colosal desde su siglo XVIII: en el oratorio Judas Maccabeus una textura coral que provoca el error rítmico de TODOS los coros (lo he probado con decenas de coros, amateurs y profesionales) cuando musicaliza esta frase bíblica: “alabándolo SIN MEDIDA”. 

 

11. En un crescendo de sana ironía, J nos enseña a no creer en ninguna moda... ni siquiera en la que proclama nuestra amada Escuela Filológica.

En efecto, hoy en día la óptica de interpretación historicista (es decir, basada en los tratados de época) versus el enfoque “romántico” (interpretar la música barroca con los manierismos del siglo XIX) nos habían propinado el axioma aristotélico del Tertius Non Datur.

Pero J ríe de tal precaria simplificación binaria, como nos muestra la “grabación” de 1762 con un órgano mecánico, a cargo de su alumno John Smith junior (ver “Un Barroco Posible”: link www.sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/33724).

 

12. Borges nos enseñaba... “no hay peor pecado que no ser feliz”. La música del Gran Sajón, colosal como la de su par, J.S. Bach, sin tener la grandiosidad escheriana de éste, produce, en cambio, la más alta dosis de Felicidad, tanto en sus ejecutantes cuanto en el público.

 

PD: En mi reducida dimensión personal, debo a G.F.H. (1685...) prácticamente mi vida musical, ya que tengo la fortuna de haber dirigido la totalidad de su producción oratorial. Espero que no me reclame sus derechos de autor... en cuyo caso me defenderé argumentando que me he ocupado siempre sólo de... Jendel!

 

Sergio Siminovich

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