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EL ELOGIO DE... por Sergio Siminovich


EL ELOGIO DE LA ARENA, DEL GUIJARRO, DE LA MÚSICA AMBIENTAL, DE LA METAMÚSICA, DEL ECO



Mosaico de Orfeo siglo II d. C.

Elogio de la arena

¿Qué puede ser más sutil que la arena?

Corpúsculos incorpóreos; así son los entes más espirituales del mundo material. Frontera evanescente.

Encarnan la objetivación del escurridizo Punto geométrico.

Seguramente la arena inspiró la idea democritana del átomo.



Pirámide escalona de Zoser, Saqqara, Egipto






Cada partícula parece igual y es diferente de su vecina; tiene el coraje de existir autónomamente, sin pertenecer a un organismo. ¿Pero alcanzo a distinguir su individualidad?

La palabra arena contiene alusiones semánticas: la “arena” es lid de contiendas y “enarenarse” es enredarse.

Como tantas otras cosas, cuando entra en contacto con otras sustancias, se modifica radicalmente: la arena con el agua pierde sublimidad, se solidifica. Pero puede elevarse si se usa para construir fugacidad, castillos que desafían, únicos en su audacia, los vientos.

Cuando sus alfiles se alían, las motejamos de “movedizas”, porque solemos culpar de las devastaciones a la manada…


Elogio del guijarro

Así como, ¡ay!, ni siquiera el peor violinista logra implosionar completamente una sonata de Mozart, la cual se afirma por su mera existencia, un digno Elogio del guijarro derramaría veneración insuperable sólo por la belleza del vocablo. Un sustantivo que no abreva de adjetivos.


Elogio de la música ambiental

¿Pleonasmo? La Música ha sido siempre ambiental. En épocas pretéritas tenemos marchas, procesiones, música de corte.

Incluso las obras más sobrias y “puras” (los cuartetos de Beethoven, El Arte de la Fuga de Bach, las fantasías de Locke) son, quizás, ambientación para que el oyente se sumerja en su embudo existencial.

Hay dos situaciones en las cuales se trepa el Elogio de la música ambiental, como una hiedra voraz y altanera.



Dirck Hals, Los músicos, 1623











No se trata ni de los consultorios médicos, porque los visito amurallado en mi preocupación, ni de los bancos (de ladinos sonidos almibarados).

Las dos instancias propicias son: los besos, que en las películas siempre están acompañados por música, y los bares.

En efecto, la música ambiental en tales templos conlleva una bendición singular: me distrae tanto que me impide escribir, SIN CULPA, la novela que me aguarda inútilmente.


Elogio de la metamúsica

¡Eureka! Hace meses (entradas atrás) nos parecía imposible rastrear huellas de metamúsica. Pero disfrutamos del arrepentimiento y enmendamos nuestro descuido.

Bach compuso un fragmento, en su “Arte de la Fuga”, sobre las notas Si bemol-La-Do-Si becuadro, que integran su apellido. No lo concluyó, ya que murió en esa labor, como fugándose de sí mismo…

Esta es una fuerte Autorreferencia.

Su amigo Haendel hizo un ejercicio menos personal en el oratorio “Hércules”; en una conmovedora elegía, cuando el texto de la solista dice “Peaceful rest”, el compositor silencia la orquesta, jugando así con el doble sentido de la palabra “rest”: silencio y pausa musical.

(Paradojalmente, hablando de silencios, el plagio es una forma respetuosa del silencio: ocurre cuando me inclino humildemente ante una mente superior y la repito sin muesca. Haendel adoraba los plagios y se autoclonaba, sin reparos. ¿Acaso su “Rest-silence” procedía de Stratford-on- Avon? ¿Qué arguiría John Cage, si dispusiera de consentidos cuatro minutos y medio?)

Como suele pasar, el clímax de un recurso se evidencia cuando incluye la connotación del humor: en un coro del Judas Maccabeus el poliédrico Haendel nos des-concierta frente a las palabras “unmeasured praise” (elogio sin medida) al articular una seguidilla de notas que impiden, como he verificado con innumerables coros, frenar correctamente en la pausa de valor de una negra. Haendel ríe anticipadamente desde hace siglos y su charada merece… nuestro Elogio.


Elogio del eco

Las estratagemas del muy vapuleado Plagio son… inocentes: se originan en la Naturaleza (vs. la idea de generación espontánea).

El Eco alborea en los valles, multiplicando los sonidos (como los vituperados espejos, que aumentan las imágenes y horrorizaban a Borges).

Desde temprano el hombre se ha apropiado de esta forma de plagio, sobre todo en las comarcas del arte: la música barroca vive de esos efectos pirotécnicos, y esto alarga las obras y les da mayor respiro.



Friedrich Schultes, Tubo de comunicación, 1684











La literatura (que, si no existiera la música, sería la reina de las artes) también ha jugado con el eco.

En el Siglo de Oro español encontramos estos versos de Julián de Medrano:

Aquella a quien mi mal revelo velo

y de mi fe, si bien apura pura

pero responde con cordura dura

a cuanto no le viene a pelo apelo


Alguna vez he intimado con una variante del eco, el eco prorrogado, flirteando con ella sin darme por enterado de sus desdenes.

Transcribo algunos de esos intentos:

Te tengo amor, amor, amordazada,

para paralizarte de despecho,

ser certeza, susurro, mar, mareo;

así, aciago amor, amortiguada.

Va balbuceando a hartazgo mi mirada,

va vacilando tu tumulto en encierro,

en enaguas que queman de deseo.

Del delito que quepa, ¡ven vendada!

¿Es esto un universo? Es…¡espanto!

Al alba, ¿qué quedará? ¿Ves?: besos.

Por pordiosero, ¡sí, cíñeme a andanadas!

Ya yacerá tu tul de desencanto,

¡no nombrarás mi miedo!

Te tendré, amor, amor, amortajada.

— — — — — — — — — — — —

Al alba

¡Basta, bastardos! ¡Menos menosprecio:

más mastines, más mástiles al alba!

¡Un único unicornio de destellos,

de desconciertos en encrucijadas!

¡A armarse de desbordes, de deshielos,

de derrotas, de dedos en entrañas;

de delirios, de deudas, de desechos,

de derrumbes, de desprecio a arcadas!

Es estribor: ¡a ahogarse de destierro!

Al albur de desastre, ¡amarra amarras!

¡Al alba, al alba, mar, mar, marineros!

Un Universo es esta mar amarga.



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